LA POLÍTICA FANTASMAL Y DEMAGOGIA SUICIDA
Uriel Flores Aguayo
El hilo de
la gobernabilidad mexicana cada vez se adelgaza más y más, amenaza con
reventarse y nos pone en riesgo a todos. La crisis de gobernabilidad es una
suma de la violencia desatada en todo el territorio nacional, de lo hueco de la
democracia, la ineficacia y corrupción de la clase política pero sobre todo de
la cada vez mayor desigualdad social que da oxígeno y fortaleza a todo tipo de
conductas ilegales, negativas aun si se cubren de manto justiciero. Con una
inercia casi perfecta, caminando sola, agotada su capacidad de asombro y
reacción ante escándalos que suben de tono, la política mexicana es ajena a las
preocupaciones de la gente. La política nacional se ha vuelto un embudo que detiene
la expresión auténtica de la ciudadanía, un conjunto de actos y personajes que
la asumen como una actividad más, vacía de sentido social y democrático. Esa es
la gran crisis de México, una política que lleva a elecciones mercantiles para
formar gobiernos inútiles; son pocas las excepciones en todos los niveles.
El fracaso de las
reformas estructurales, al menos en lo económico, arroja una frágil
economía que por sus efectos en salarios, carestía y cadena productiva amenaza
con colocarnos en los linderos de la violencia social, de la auténtica y la
manipulada. Es muy grave que se insista en medidas recaudatorias como ocurre
con el llamado gasolinazo, para equilibrar presupuestos que no van a programas, servicios y
reactivación de la economía para beneficio popular. Con los aumentos a los
combustibles y a la luz se generan presiones muy fuertes a los precios, se
deterioran las condiciones de vida de la gente y se crea un ambiente de repudio
social a las instituciones que la población no ve que le sirvan para
algo.
El pueblo no come
lumbre pero hay tanta pobreza, tanta falta de autoridad, enorme influencia
delincuencial y un descontento anti gubernamental generalizado que la amenaza
de violencia es real y puede crecer sin control con fuerza propia. Algunos
sabrán cómo inicia un proceso violento pero nadie tendrá certeza de cómo
evoluciona y termina. La violencia es una bola de humo que inicia con una
pequeña protesta, alguna mano invisible o el error real de un manifestante, que
se sucede en pequeñas o grandes escalas y acaba en situaciones graves con
consecuencias mayores. Es elemental asumir una postura vigilante y moderada
desde los liderazgos, cuidando actos y palabras, alejando el uso
demagógico de las protestas y encausando las inconformidades por conductos
pacíficos. No esperemos mucho de la clase gobernante federal, su
mediocridad ya está rebasada, tampoco dejemos que la población caiga en el
espejismo de los delincuentes ni en los líderes que no se deslinden
tajantemente de la violencia. Las protestas deben evitar afectar a
la gente y a la economía para que sean legítimas y tengan efectos positivos en
las medidas gubernamentales y en el tejido social.
La alternativa es la
resistencia civil pacífica, es la forma civilizada de cambiar los excesos de
los gobernantes y mantener la estabilidad de la sociedad. La revuelta, en
cambio, es destrucción, sufrimiento innecesario, daños materiales y
afectación profunda en la convivencia social. Hay que estar alertas ante una
situación inédita, es decir, para la que no existe librito ni receta. Nos
podríamos llevar una muy desagradable sorpresa de estallidos violentos si no
procedemos con responsabilidad. Lo primero es que el gobierno se ajuste el
cinturón con un severo programa de austeridad, que deje de gastar en asuntos
clientelares, que baje de su nube y ponga el ejemplo; después, los líderes
deben poner de su parte, abandonado afanes de poder y manipulación; debe quedar
perfectamente claro si hay manos criminales en los saqueos y actos vandálicos,
sin generalizar ni criminalizar la protesta pero cuidando que no se mezcle la
delincuencia organizada y el narcotráfico.
Nada que agrave la
crisis o lastime a la gente debe ser apoyado y bien visto, a una
agresión oficial no debe responderse con agresiones que hacen que impere la ley
del más fuerte, quedando en medio, indefenso, el ciudadano
común. Sin duda es auténtica mucha de la gente que saquea, en la inercia
y con reclamos verdaderos, pero también existe el oportunismo en estos casos y
la participación de grupos de interés, algunos ligados a la delincuencia. Por
nuestro bien, seamos críticos y exigentes pero no apoyemos actos violentos, pueden
ser provocaciones de la que resultan costos mayores.
Ufa.1959@gmail.com
Recadito: Jugar a la
revolución es hacer el juego al autoritarismo.