Sin tacto
Por Sergio González
Levet
La pelea del siglo
Zzzzz, zzzz, zzzz… perdón, estaba durmiendo a pierna suelta y
eso que apenas va el sexto round de la pelea del siglo.
El sábado pasado, Manny Pacquiao se la pasó correteando a un
elusivo Floyd Mayweather, quien de reversa metía algún golpe en la anatomía del
filipino para lograr los puntos que le permitieron ganar el duelo, por decisión
unánime de los jueces.
Así es el estilo aburrido del afroamericano (negro, para
nosotros los mexicanos, que no tenemos broncas de conciencia con el racismo
como los blancos de Estados Unidos): no pelea sino que contabiliza golpes, y
juega con la pizarra a su favor.
Y por eso me quedé dormido y entreví los siguientes rounds
de la pelea, sin que hubiera nada que despertara mi emoción y menos mi
entusiasmo, como le pasó a los millones y millones de seres humanos que vimos
lo que la publicidad decía que iba a ser la madre de todas las batallas
boxísticas.
Al final de los 12 asaltos, el moreno le dio un fuerte
abrazo a su contrincante, y dicen las malas lenguas que lo felicitó por los 120
millones de dólares que, al igual que él, se embuchacó por ese remedo de
contienda.
Y aquí es donde vienen los números que en verdad dan coraje:
los norteamericanos pagaron 400 millones de dólares por ver la pelea en Pay Per
View, y en el resto del mundo la cifra alcanzó los 1,600 millones de dólares
sólo por ese concepto. Agregue usted las entradas al coloso del MGM en Las Vegas
y las fabulosas cantidades por publicidad, y tendrá una suma con la que
seguramente muchos pobres saldrían de la miseria alimentaria en el mundo.
Como que dice muy mal de la raza humana que corran tales
cantidades de dinero solamente para ver a dos atletas golpeándose uno a otro
(es un decir, en este caso). Es de la misma manera que dice muy mal de nuestro
país que Cuauhtémoc Blanco haya ganado más dinero en su carrera como futbolista
que Octavio Paz en la suya como poeta, con todo y Premio Nobel.
Yo me manifiesto a favor del deporte, cuando es una
actividad para que niños, jóvenes y adultos mantengan sano su organismo. Y en
una de ésas le doy el beneficio de la duda al deporte como entretenimiento,
porque siempre es interesante y ameno ver los prodigios que pueden hacer los
atletas de alto rendimiento.
Pero no puedo menos que estar en contra de ese deporte en
los medios de comunicación masiva que se utiliza como medio de sojuzgamiento de
la voluntad, como parapeto para esconder las artimañas del sistema en contra de
la justicia, de la equidad, de la humanidad.
Las cantidades absurdas que pagan los clubes de futbol por
el contrato de un futbolista como Messi o Neymar son un insulto a los millones
de africanos, de asiáticos, de latinoamericanos que se mueren de hambre y
tienen vidas de paria, sin esperanza y sin solución.
¿Qué hemos hecho para que eso suceda? Nada, y nada hacemos
para que deje de suceder, mientras estamos sentados frente al televisor con un
trago en la mano.
En eso radica nuestra culpa.
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