Xalapa tomada (1 y 2)... Columnas #Sintacto. Las escribe Sergio González Levet.




Sin tacto

Por Sergio González Levet

Xalapa tomada (1)



A las 11:45 horas del viernes 3 de agosto del año del señor de 2018, entró a Xalapa el último coche que cabía y ocupó el último espacio que quedaba vacío en las calles, avenidas, callejones, circuitos y puentes de la ciudad.

Era un automóvil Renault Clío de color rojo, que no obstante ser sumamente compacto, cumplió funciones de tapón de botella y con eso dejó perfectamente sellada la ciudad para el tránsito vehicular (incluidas las bicicletas y carretas).

Con este evento, quienes estaban dentro de ellos o de plano habían abandonado sus vehículos comprendieron que sería imposible salir del enorme atorón, y empezaron a rehacer sus vidas de acuerdo con la nueva situación.

Los más prácticos, de inmediato se fueron a las tiendas o supermercados más cercanos a adquirir víveres para salir de las necesidades inmediatas y no faltaron quienes se fueron caminando hasta sus casas para traer una muda de ropa, en previsión de que tendrían que soportar una larga espera… y qué digo larga, más bien definitiva.

Por eso los conductores y los pasajeros empezaron a ver hacia los vehículos vecinos, y empezaron los contactos visuales con los habitantes de los otros automóviles, que orillaron a las conversaciones triviales que siempre se dan cuando uno conoce a alguien.

Como es de imaginar, con el paso de los días se fue pasando de la conversación cortés a la plática amigable, y de ahí a la confianza plena. En cada cuadra se empezaron a formar grupos de amistades, obligadas ciertamente por la necesidad de permanecer cerca de los coches, que en muchos casos representaba prácticamente el único patrimonio familiar, y al que había que cuidar, para preservar su integridad.

Hubo lugares en los que se reconocieron amigos de antaño y hasta familiares, y se fueron formando corrillos, unos estrechados por la amistad, otros por la sangre, y muchos más por los motivos más diversos: desde la filiación partidista hasta la profesión ejercida, o el equipo de futbol preferido, o el origen natal. Así, se empezó a hablar de la rúa de los Hernández, de la de los Pérez. Y de la misma manera, de la calle de los panistas, de la de los perredistas, de la avenida de los priistas, del callejón de los del Partido Verde; pero también de la cuadra americanista, de las dos de chivas y hasta un pequeño callejón completado por fanáticos de la tiburonmanía.

Quienes tuvieron la suerte de que su vehículo varara cerca de su trabajo, se dirigieron a él y al término de la jornada regresaron a su coche de origen. Igual pasó con los que quedaron a salto de mata de su domicilio, al que acudían para hacerse el aseo personal o comer, pero regresaban inexorablemente al ahora detenido vehículo, que antaño tantas veces los había llevado a tantos lugares.

Ante ese estado de cosas, la autoridad tomó medidas inmediatas y empezó a garantizar la entrega de agua potable y víveres, para evitar que los conductores y sus pasajeros murieran de sed…


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Sin tacto

Por Sergio González Levet

Xalapa tomada (2)




La capital de Veracruz, entonces, quedó tomada por los vehículos ese 3 de agosto de 2018.

Era un espectáculo digno de verse: las calles y avenidas llenas completamente de coches, al grado que nadie podía moverse ni se movió por los siglos de los siglos. Las comunidades que se fueron formando en cada calle, en cada trecho, empezaron a hacer una vida común y pronto todos tuvieron la sensación de que así habían vivido siempre, con su vehículo detenido de manera permanente y convertido más en un inmueble que en un medio de transporte, hecho una especie de tienda de campaña y un punto de reunión familiar y vecinal.

Hay que consignar el caso de una manifestación que quedó sorprendida para siempre en la simbólica calle de Enríquez, frente al Palacio de Gobierno, y así como los coches quedaron capturados por la eternidad, los demandantes de justicia y democracia, los que exigen ser escuchados y atendidos, y con ellos hasta algunos líderes venales y dirigentes serios quedaron plasmados en una instantánea sin tiempo, detenidos en el momento supremo del grito contra la autoridad: El pueblo unido, jamás será vencido (y en adelante jamás será movido).

Y con el nuevo orden de cosas se empezaron a dar también anécdotas particulares: la de la señora que gritaba: ¡Mi camioneta (¿su reino?) por un paquete de cosméticos!... la del vecino comunicativo que empezó a hacer funciones de vocero de lo inmediato entre los autos cercanos y fue ampliando su radio de acción, al grado que terminó siendo considerado el periodista… la del comerciante que empezó a vender artículos superfluos e inició así una jugosa especie de súper ambulante, que le llenó el bolsillo y el orgullo.

En los autobuses urbanos, varados y llenos de gente, la gente también tomó conciencia de comunidad, y aunque no tenían ninguna obligación, los pasajeros iban y regresaban siempre a su camión de origen, como para exorcizar al tiempo y hacerse a la idea de que todo seguía igual, como antes, con las largas horas de espera, para llegar a ningún lugar.

Igualmente, los pasajeros de taxis regresaban inexorablemente a la unidad que los transportaba en el momento del taponamiento final.

El embotellamiento más grande de toda la historia de la humanidad también cumplió una función social igualadora, porque afectó a todos sin distinción: los poderosos y los ricos quedaron tan inmovilizados en sus vehículos de lujo como los modestos y los paupérrimos en sus viejas carcachas pasadas de moda.

Una medida muy aplaudida fue la prohibición de que se encendieran los motores, a menos que fuera indispensable, y con ello la ciudad fue ganando terreno para el aire puro y el silencio agradecido de la naturaleza.

También la obesidad sufrió un duro revés pues la gente al tener que caminar empezó a adelgazar y a mejorar sus indicadores de salud: bajó el colesterol, desaparecieron los triglicéridos altos, mejoró la presión arterial, los corazones se alzaron.

Parece mentira, pero al tener que dejar de usar los automotores, los habitantes de Xalapa comprendieron que la vida era mejor así, y así lo hicieron para siempre, y vivieron felices…


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