Sin
tacto
Por Sergio González Levet
Grass
y Galeano
Mi
estimado amigo y paisano, el doctor Jorge Vázquez Sangabriel, me comunicó desde
muy temprano del lunes, dos tristes noticias para la literatura y para quienes
hemos hecho de ella vocación y forma de vida: fallecieron con unas horas de
distancia en el tiempo Günter Grass en Lübeck, Alemania, y Eduardo Galeano en
Montevideo, Uruguay.
Ni qué
decir que eran dos de los autores favoritos para la gente a la que le gusta la
buena lectura, ésa que hace pensar y que propende a hacer mejores hombres y
mujeres.
A
Grass lo conocí como la mayoría a través de su libro más famoso, El tambor de hojalata, publicado
originalmente en 1959, pero que durante toda la década de los 70 fue un
verdadero bestseller. Narra la vida de un niño, Oskar Matzerath, que al ver los
horrores que propiciaron el nazismo y la Segunda Guerra Mundial decide no
crecer nunca, y pequeño se queda, aunque su mente sigue creciendo a lo largo de
su vida.
Como
lector siempre pensé que era una obra imposible de llevar al cine, con un
protagonista niño que se debía comportar como hombre, pero Volker Schlöndorff
en 1978 hizo el milagro de transportar esa excelente narración a la pantalla
grande, con la que ganó la Palma de Oro de Cannes y el Óscar a la mejor
película extranjera.
De las
miles de opiniones sobre esta novela, me quedo con la de Roland Berbig,
profesor de Literatura Alemana de la Universidad Humboldt de Berlín: “De
repente, superó la anticuada norma de las novelas alemanas y ofreció una conexión
con la narrativa moderna europea. Supuso un chorro de aire fresco”.
Y más
dolor por la muerte de Eduardo Galeano. ¿Quién no leyó Las venas abiertas de América Latina? ¿Quién no disfrutó su libro
de aforismos sobre el futbol?
Jorge
Ruffinelli, mi amigo y maestro, actualmente Director del Departamento de
Español y Portugués en la Universidad de Stanford, lo dice mucho mejor de lo
que yo pueda expresar, ante la muerte de quien fue su paisano muy querido:
“Dolor.
En diciembre del año pasado, en Montevideo, supe que estaba muy grave, y que
quería mostrarse ‘entero’ cuando alguien lo visitaba. Han pasado muchos años de
amistad, de convivir Montevideo, de hacernos bromas sobre quién de los dos
perdía más rápidamente el pelo (él, claro). Fuimos vecinos en el mismo edificio
de la calle 18 de Julio, donde le hice la primera entrevista tras publicar Las venas abiertas de América Latina.
Viví en su apartamento de Buenos Aires. Hace unos años estuvo tres meses en
Stanford, nos veíamos con frecuencia. Tenía curiosidad por todas las cosas,
grandes o pequeñas. Un día lo llevamos a una ‘clase’ de educación de perros. Le
encantó y luego escribió sobre el tema. En estos últimos 50 años su voz fue
única y un ejemplo: claridad de pensamiento y actitud política. Encarnó la
única posición digna que tenemos los seres humanos responsables del mundo en
que vivimos: ser de izquierda”.
El
expresidente José Mujica describe a Galeano con su modo genial:
“Era
un elegido que a lo largo de los últimos 40 años nos dignificó en América Latina”.
Descansen
en paz Grass y Galeano… y que sigan vivas sus obras.
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