Sin tacto
Por Sergio González
Levet
Preludio y dos fugas
Hay que decirlo con toda la pena y todas sus consecuencias:
la guerra entre el Estado y el crimen organizado la va ganando al parecer este
último, no obstante los golpes fuertes que le ha asestado el primero, por la
vía de las detenciones y los… ¿cómo les dicen?... los abatimientos de
peligrosos delincuentes, muchos de ellos cabezas visibles de los grupos
criminales más grandes.
Pero… los peros que nunca faltan nos dicen que así como a la
hidra, el animal mitológico, le salían dos cabezas si le cortaban una, por cada
capo descabezado surgen dos o tres discípulos que les ganan en malicia y en
capacidad de organización, y que toman la estafeta, de manera que el negocio
del narcotráfico y la venta forzosa de protección -adosado a la industria del
secuestro, el robo de vehículos y otros crímenes- nunca deja de producir las
enormes ganancias que genera.
Y para colmo, los delincuentes que logra capturar la policía
se escapan de las cárceles de pueblo, se evaporan de los presidios más grandes
y se fugan hasta dos veces de los penales de alta seguridad.
El crimen organizado en México creció en poder y recursos
económicos, al extremo de que está desafiando con éxito al Estado y ya le tumbó
un helicóptero a las fuerzas armadas, ha tomado ciudades enteras y ahora lo ha
puesto en ridículo con la segunda fuga de El Chapo.
Así, la estrategia de la guerra frontal que iniciara el
presidente Felipe Calderón y que ha debido continuar el actual régimen priista
no ha dado los resultados que se esperaban. Miles y miles de enfrentamientos
directos entre las fuerzas del orden y los delincuentes sólo han servido para
llenar los panteones y los bolsillos de los enterradores, pero el problema de
las adicciones y la violencia contra la población han seguido creciendo
incontenible.
La otra solución que se ha intentado, la de la negociación
con el fin de mantener las acciones dentro de ciertos márgenes tolerables,
tampoco ha sido una solución viable, sobre todo porque nunca se han cumplido a
cabalidad los acuerdos que han llegado a tomar las partes.
El clásico lo dijo en su momento: no se puede esperar
respeto entre un corrupto y un criminal; uno u otro terminarán por dejar de
honrar su palabra, y tarde que temprano romperán lo que hayan pactado.
Les queda al pelo la fábula del escorpión y la rana:
Un escorpión se acercó a una rana que estaba a la orilla de
un río, y le pidió que lo atravesara en su lomo, porque no sabía nadar. La rana
le dijo que no lo haría porque le iba a picar con su cola y moriría por el
veneno. El insecto le hizo ver que si hacía eso se iban a hundir juntos y ambos
morirían. La rana se dejó convencer por este razonamiento y montó en su lomo al
ponzoñoso animal. Cuando iban a la mitad del río, el escorpión no resistió más
y le hincó su aguijón a la rana. Mientras ésta se hundía junto con su mortal
pasajero, le alcanzó a decir:
—¿Por qué lo hiciste? Ahora vamos a morir los dos.
El otro le dio su última razón:
—Es que no puedo ir en contra de mi naturaleza.
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