HORA
LIBRE
Álvaro Belin Andrade
¿Servirá
de algo el abstencionismo?
Para muchos veracruzanos (y esto puede
ser un comportamiento general en el país), el proceso electoral en marcha no
tiene sentido alguno. En las redes sociales se respira un aire contaminado por
la discordia, las tribulaciones producto del propio sistema político, el
desencanto, las profecías, el apocalipsis, las teorías del complot y, en
resumen, la certidumbre de que, se vote por quién sea, finalmente ganarán los
mismos partidos y personajes que nos han llevado a una situación de verdadera
desesperanza y, por qué no decirlo, de desastre.
Y no están muy alejados de la realidad.
Pese a la tan difundida reforma político-electoral, los ciudadanos seguimos
siendo rehenes de los partidos políticos que, en aras de mantener sus registros
y sus prerrogativas, no tienen el menor empacho en postular a matarifes,
ladrones de cuello blanco, corruptos de la peor laya, futbolistas, teiboleras,
proxenetas, famosos del medio artístico, payasos sin maquillaje, pésimos
bailarines y, si me lo permite, hasta profanadores de tumbas.
Como en la época de los monopolios de
Estado y, poco después, los privados, los partidos políticos pueden sin rubor
vendernos cualquier mercancía imperfecta al precio más alto, sin que tengamos
opciones de calidad para adquirir en el mercado de los sufragios.
La grave inflación que ha significado el
financiamiento desmesurado de las campañas electorales (que implica no solo los
flujos legales públicos sino también otros que no podrán ser contabilizados) ha
hecho que las papeletas que distribuirá el Instituto Nacional Electoral el
próximo 7 de junio carezcan de valor y que el ejercicio de cruzarlas sea una
verdadera pérdida de tiempo.
Por eso, varios grupos sociales (algunos
de ellos entrampados en medio del anarquismo, la desvergüenza y la
criminalidad, como los movimientos magisteriales de Oaxaca y Guerrero) abogan
por el abstencionismo, no tanto porque vean en ello una forma de cambiar el
panorama político sino más bien para obtener prebendas y canonjías, sin
necesidad de trabajar.
También hay miles de ciudadanos que, con
toda honestidad, ven en el presente proceso electoral (que busca conformar la
siguiente legislatura de la Cámara de Diputados) un enorme circo de intereses nefastos,
donde se juegan el pellejo los partidos políticos pero que no significa
absolutamente nada para la población ni para un mejor futuro para México. Y
tienen mucha razón.
Abandonar
el campo de batalla
El problema es que con el abstencionismo,
los ciudadanos no avanzamos en la apropiación de los procesos electorales sino
que abandonamos el campo de batalla sin siquiera dar una mínima pelea. El
futuro de México no está en la diatriba y la manifestación de nuestra
inconformidad en las redes sociales; estas son el medio para crear un amplio
movimiento ciudadano consciente, decidido, preparado y honesto para arrebatarle
a los partidos políticos su deleznable monopolio, sea mediante la reforma para
que las candidaturas ciudadanas tengan mayores posibilidades de multiplicarse o
para la creación de partidos que, aún sin registro, apuntalen a esas
candidaturas.
Por lo demás, la ley no establece un
porcentaje mínimo del padrón electoral como condición sine qua non para que los
“triunfadores” de los comicios puedan acceder a los puestos de elección popular
y, si no lo logran, se vean obligados a dar una segunda vuelta hasta lograrlo.
Como está el actual código en la materia, basta con tener la mayoría de los
votos emitidos, aun cuando estos solo representen el 10 por ciento del padrón.
Es cierto que la oferta de los partidos
representa una afrenta para el ciudadano pensante, informado y crítico. Solo es
cuestión de ver la nómina de candidatos presentada por la coalición del PRI con
el Partido Verde para descubrir en la mayoría de los distritos a exfuncionarios
acusados de llevar a la quiebra las finanzas públicas (como Érick Lagos
Hernández, Adolfo Mota Hernández, Antonio Tarek Abdalá y Jorge Carvallo
Delfín), o que han encabezado gobiernos municipales desastrosos donde se
sirvieron para fortalecer sus finanzas personales y familiares, como Elizabeth
Morales y Carolina Gudiño; o por haber silenciado a la oposición en el congreso
local, como Anilú Ingram Vallines.
También es cierto que varios partidos ‘de
oposición’ han postulado a modo candidatos sin ninguna fuerza política, como un
mecanismo arreglado con el gobierno priista para aparentar competencia y
validar triunfos priistas; que los nuevos partidos son verdaderos simuladores y
de inexistente feligresía, y que Morena ha privilegiado la postulación de
personajes salidos de sus bases, desconocidos incluso por los demás seguidores.
Sin embargo, los ciudadanos debemos
acudir a votar y otorgar nuestro voto incluso a aquellos candidatos que no
tienen ni la más mínima posibilidad de ganar pero cuyas propuestas partidistas
tengan una mayor coincidencia con nuestras aspiraciones. Podría sugerir incluso
que no perdamos nuestro voto otorgándolo a partidos que deben desaparecer
porque no contribuyen en nada al fortalecimiento ciudadano. Lo importante es no
dejar la mesa para que se sacien los comelones de siempre.