EL CHAPO Y
UN CUENTO DE HADAS
Uriel Flores Aguayo
La fuga del Chapo Guzmán,
significa un golpe demoledor para la imagen y viabilidad del gobierno federal,
sus efectos políticos más claros se irán viendo gradualmente; lo exhibe
nacional e internacionalmente como un gobierno inepto y corrupto, cuestiona sus
capacidades básicas y pone en duda la continuidad del grupo Atlacomulco, la
fracción del PRI que detenta el poder entre cuates y negocios. Ni la remota
recaptura del capo repararía los daños causados por su fuga. No tiene sentido,
salvo para los investigadores, detenerse en los detalles del gran escape, es
secundario si utilizo un túnel, si tenía los planos del penal, si las cámaras
no lo captaban completamente o si infringió todos los protocolos, para el caso
es lo mismo: el gran problema de fondo es el sistema político y económico.
El presidente nombra a
sus aliados y amigos, independientemente de sus capacidades, en una idea de
cuotas y cuates, de control y negocios; un ejemplo claro de estos despropósitos
lo tenemos en Alfredo Castillo, amigo de Peña Nieto, quien inició el sexenio en
la Procuraduría de Justicia, pasó a la PROFECO, continuó como gobernador de
facto en Michoacán y, ahora, encabeza el deporte en la CONADE. Cada secretario de
estado hace lo propio, nombra a sus cuates y trabaja para su futuro político;
por tanto, es evidente que carecen de una visión de estado. Tal ves en muchas
dependencias no sea relevante quienes las
encabecen, pero en los asuntos de gobernación y seguridad si es
importante, digamos vital; sin embargo, en una prepotencia criminal, se atreven
colocar a sus cuates en cargos estratégicos para la seguridad nacional: el
CISEN, la PFP, los penales, etc.. Así ocurrió con Osorio Chong, responsable
directo del desastre que significa para el gobierno federal la fuga del Chapo,
por la que muy pronto tendrá que desocupar el cargo.
La fuga del Chapo es
posible por la debilidad institucional, cuya cadena tiene sólo un eslabón en
los penales pero que es extensa y llega hasta la presidencia. La debilidad
gubernamental se nutre de la corrupción e ineptitud, extensa y sistemática;
cuando Peña y Videgaray no aclaran el origen de sus propiedades, las eluden,
dan el mal ejemplo para que otros servidores públicos hagan lo mismo. En un
sistema presidencial lo que haga el titular del ejecutivo, para bien o para mal,
es la guía a seguir por sus subordinados. No bastan los exhortos a la rectitud
cuando el sistema político gira en torno a la simulación y no propicia la
participación libre y eficaz de la ciudadanía.
El problema no es técnico
en lo fundamental, aunque todo lo de ese nivel debería darse por resuelto a
partir de los recursos económicos de que se dispone y de la tutoría gringa. El
corazón de nuestros problemas más bien tiene que ver con la precaria democracia
en que vivimos, el frágil estado de derecho y la brutal desigualdad social;
para efectos prácticos da lo mismo la extorsión del narco que la de los poderes
fácticos. Un Estado débil es conveniente para el gobierno pero muy peligroso
para la sociedad. En esa ruta facciosa van a seguir cosechando fracasos y
descrédito; ya son el hazme reír en el imaginario popular, propiciando una
inversión de valores: se cree y simpatiza más con el Chapo que con Peña Nieto;
esto es sumamente grave en cuanto al naufragio de certezas elementales y la
aspiración de una vida social más normal y progresista.
La fuga del Chapo es la
cereza de un pastel envenenado, es el brindis con cianuro en la orgía del
descrédito en que se ha sumido el gobierno federal, es el golpe que antecede al
nocauts y, parece, ya no tiene remedio. Ya de por sí se venía diluyendo
aceleradamente el cuento de hadas en que se convirtió este gobierno, sobre todo
la pareja presidencial, gracias a los apoyos inexplicables de la oposición formal
en el pacto por México; el trancazo de la Casa Blanca mantiene sus efectos,
sigue sin resolverse y pesa en la opinión que tiene la ciudadania de su
presidente; la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa es un recordatorio
moral a Peña Nieto. El ánimo social es muy adverso al presidente, con índices
muy bajos de popularidad. El escape de Guzmán Loera, vuelve caricatura al
gobierno y le deja muy poco margen para sus maniobras de reparación de daños. Encara
la crisis con visión de estado o pasara a ser un gobierno testimonial y
administrativo.
El sistema político no es
de méritos y valores, no da buenos ejemplos, excluye a los ciudadanos y
privilegia a las elites. Simula elecciones y órganos de representación de autoconsumo,
no se maneja con transparencia y no rinde cuentas. En ese contexto es menor la
lealtad, la legalidad y el compromiso colectivo. Tanto el PRI como sus aliados
pueden ganar elecciones, por varios factores, sobre todo por la manipulación de
programas sociales, pero eso no se traduce en buenos gobiernos; al avasallar se
apoderan de funciones gubernamentales claves, las hacen patrimonio y ofertan al
mejor postor. La justicia, la libertad, los programas, etc., se comercializan;
se pierden nociones de patria, de seguridad, de democracia, etc..
La luna de miel que nos
compartieron Peña y su gaviota hace ya algún tiempo que llegó a su fin, no
resiste la crítica popular, nos hartamos de frivolidad y mal gusto, de excesos
y derroches; se acabó el bono que les dieron las reformas estructurales gracias
al entreguismo opositor. De aquí en adelante su marcha será muy cuestionada, se
olvida Peña de sus cuates y llama a los mejores, pone por delante el interés
general o se enfila a un infernal término de su sexenio. Ni el y los
gobernadores deberían seguir jugando con fuego; tal como ocurre en Veracruz,
donde sólo piensan en ganar elecciones, a costa de lo que sea.
Recadito: Si no toman en
cuenta las firmas contra el gasoducto, sus actos no valen.