Creadores irrepetibles en Veracruz y el Caribe.

Bola de Nieve, un negro en flor, embajador de Cuba ante el mundo.

Veracruz, Ver., 19 de Noviembre de 2011.-“Hay artistas y creadores, así como hay intelectuales que no se repiten. Por sus hipótesis, por sus conceptos, no puede haber dos Lezama Lima, o dos Juan Rulfo; ocurrió lo mismo con Bola de Nieve”, aseguró el poeta cubano Miguel Barnet, en el homenaje que Veracruz y el Caribe rindieron a Ignacio Jacinto Villa Fernández, nombre del pianista y compositor que sería uno de los más grandes embajadores de Cuba ante el mundo.

La participación de Barnet, en el marco del encuentro académico y artístico Veracruz también es Caribe, organizado por el Instituto Veracruzano de la Cultura (IVEC) en coordinación con el Conaculta, Bola de Nieve-Homenaje en el centenario de su natalicio, llevó a los presentes hasta “la casa solariega de rejas hasta el piso y balaustrada, bajo el aroma del romerillo y patio cubierto de malanga”, ubicada en la provincia de Guanabacoa, Cuba, donde nace el homenajeado un 11 de septiembre de 1911, donde ya se dejaba sentir una rítmica percusiva porque el poblado era bastión de la música popular.

“Bola de Nieve es un caso único, no por gusto, sino porque, siendo tan popular, era un intelectual en lo más profundo y digno de la palabra. Formado en conservatorio, tocaba igual violín que piano, guitarra y percusiones; también porque supo responder a la necesidad del medio cultural de Cuba en ese momento”, expresó el ponente, uno de los escritores cubanos de mayor proyección internacional, presentado por el director del IVEC, Félix Báez-Jorge, como un pensador comprometido con la novela, el ensayo, la música, la poesía y la etnología.

Barnet, con el buen decir y donaire que lo caracterizan, evocó a su gran amigo Ignacio Jacinto Villa, habló de su vida, de su infancia, compartió anécdotas; después vendría el concierto-homenaje en el teatro de La Reforma con la cantante Catía Ibarra, acompañada por el pianista Daniel Herrera. También investigador sobre la trova yucateca y la cubana, Herrera ejecutó magistralmente Drume negrita y Vete de mí, entre otros éxitos del inolvidable Bola de Nieve, además de un par de composiciones de su autoría. El programa musical cerró con espectáculo de poesía y música a cargo del grupo Longina Seductora, dirigido por María Elena Mora.

Sobre el origen del apodo, el presidente de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, institución de la cual fue fundador, develó el misterio: “No fue Rita Montaner como se cree. El sobrenombre le fue asignado en su infancia por un médico de su barrio cuando repartía cantinas de comida criolla y que Rita selló cuando por accidente lo lanzó al mundo desde el escenario del teatro Politeama en 1933”, cuando la acompañaba al piano.

Además de grandes amigos “constituían un binomio de perfecto acoplamiento: uno era el espejo del otro, estaban unidos también por el interés de rescatar la música cubana popular y la de los más reconocidos compositores. Constituyeron una fuerza progresiva de apertura de nuevos horizontes, retroalimentando un aprendizaje que se nutría de una corriente de mutua comprensión y afinidad cultural”.

Era una caja de resonancias que heredó de su madre Inés y del propio Guanabacoa el ritmo percusivo que lo distinguiera al piano. Traía la danza en la sangre, pues “su madre fue una excelente rumbera”, como relata el autor en Biografía de un cimarrón, novela-testimonio con más de 60 ediciones y traducida a varios idiomas.

En opinión del autor de Orikis y otros poemas, Carta de noche, Mapa del tiempo, entre muchos otros libros de poesía, Bola de Nieve fue popular porque su música era nacional y expresaba el proceso donde se encontraba el abuelo negro y el abuelo blanco en una fusión feliz y germinativa, síntesis del modo de ser cubano. El misterio de su vida radica en que “cada canción que escogía estaba relacionada con un capítulo de su vida, con una vivencia sublime o desgarradora”.

Pablo Neruda y Edith Piaff se cuentan entre los admiradores del irrepetible pianista, a quien “se le encuentra en el vórtice de un movimiento de revalorización cultural nacido en los años 30, de una batalla por la independencia artística que preparó en un anchísimo marco científico el etnólogo Fernando Ortiz”, declaró Barnet.

México recibió a Bola de Nieve con los brazos abiertos, llegó al país impulsado por Ernesto Lecuona, otro gran músico cubano; fue la tierra que lo acogió en sus primeros pasos y la que recibió los últimos. Bola de Nieve moriría en nuestro país el 2 de octubre de 1971. Había dejado la vida para pasar a la historia, o más allá, como dijera Nicolás Guillen: “Bola quedará en la historia y lo que es más poético, en la leyenda, allí donde la historia sea impotente para explicárnoslo”.

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